Historia

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Orígenes

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El origen de Estepa hay que buscarlo al final de la Edad del Bronce, entre los siglos X-IX a. C., cuando un gran movimiento de pueblos que afectó a buena parte de la actual Andalucía culmina con la fundación de numerosos poblados. En la cumbre del Cerro de San Cristóbal, un abigarrado conjunto de cabañas, dominando la campiña y las sierras, sería el primer asentamiento estable de lo que con el paso de los años se convertiría en la ciudad de Estepa. La heredera de aquel poblado sería una ciudad tartésica que durante más de trescientos años ocupó gran parte de nuestro cerro. Las excavaciones arqueológicas nos muestran un urbanismo en constante evolución, con épocas de expansión y retraimiento: espacios públicos, recintos sagrados, sistemas defensivos… Todo un conjunto que permite adivinar un gran asentamiento en esta área oriental del Tartessos orientalizante.

Eros durmiente

Desde finales del siglo III a. C., la comarca de Estepa participa en los acontecimientos históricos que condujeron a la plena romanización. Es mencionada, por tanto, en los textos que documentaron las Guerras Púnicas y la Guerra Civil –Tito Livio, Plinio, Bellum Hispaniense–, con sucesos tan notables, por su violento final, como la toma de Astapa, población turdetana identificada con Estepa o con yacimientos cercanos a ella: Lucio Marcio puso cerco a la ciudad, y sus habitantes, como en Numancia, Sagunto o Calagurris, prefirieron el suicidio en masa antes que el yugo opresor.

Por los textos de los autores clásicos y por las fuentes epigráficas conocemos el nombre de la ciudad romana: Ostippo, que tras el proceso de conquista recibió el status de oppidum liberum (ciudad libre), otorgándosele una ley municipal. La interpretación de los restos que han llegado hasta nosotros y las excavaciones arqueológicas nos hablan de su pujante vida política, de la originalidad de sus instituciones, de su economía y de su religiosidad, con manifestaciones tan importantes como el santuario del Tajo Montero, cuyas piezas escultóricas se custodian en el Louvre y en el Museo Arqueológico Nacional.

La época tardorromana y visigoda tuvo en nuestra comarca una inusitada vigencia; las investigaciones han descubierto edificios civiles y eclesiásticos, necrópolis y numerosos testimonios de su cultura material vinculados generalmente a la nueva religión cristiana.

Desde el 711 al 1241, la antigua ciudad romana de Ostippo se transformó en la islámica Istabba. Durante estos años la ciudad participa de los procesos políticos de Al Andalus y sólo tímidamente conocemos su historia a través de algunos textos árabes y cristianos que la citan como un hisn (castillo). Las últimas investigaciones históricas y arqueológicas parecen sin embargo apuntar hacia una realidad física más importante, quizá como cabeza de un distrito castral que controlaba el territorio circundante y que, dentro del sistema urbano, albergaba también el centro religioso de la mezquita. De esta forma, en las investigaciones sobre la iglesia de Santa María se ha descubierto parte del trazado de esta antigua mezquita, el alzado de varios de sus muros y dos arcos de herradura, cegados y enmascarados por intervenciones posteriores. También en la fortaleza y en la cerca urbana subsisten todavía algunos lienzos califales y almohades.

De la historia de la Estepa árabe conocemos también algunos de los episodios narrados por las fuentes contemporáneas, tales son la toma de la ciudad por las tropas de Umar b. Hafsún en el marco de las revueltas muladíes durante el mandato del emir Abd Allah (888-912), o el intercambio de plazas fuertes que ya en época de taifas se llevó a cabo entre el reino abadí de Sevilla y la Granada zirí, por el que Istabba pasó a pertenecer al primero a cambio de Alcalá la Real.

En 1241 las tropas cristianas de Fernando III conquistan la ciudad y pocos años después, en 1267, es concedida con todos sus términos a la Orden de Santiago. Desde entonces y hasta la conquista de Granada, Estepa es ciudad de frontera y participa activamente en los acontecimientos guerreros contra el reino nazarí, uno de cuyos episodios más conocidos es la batalla del Madroño, librada en 1462 tras el saqueo del arrabal entre el príncipe heredero de Granada Abu-l-Hasan Alí y Luis de Pernía, gobernador de Osuna, y Rodrigo Ponce de León, hijo del conde de Arcos.

La Orden de Santiago fortificó de nuevo la ciudad y el alcázar, en parte sobre las preexistencias islámicas, con nuevas torres semicirculares y lienzos de muralla y, sobre todo, construyó la gran Torre del Homenaje en tiempos del trigésimo tercer maestre, don Lorenzo Suárez de Figueroa, cuyo blasón aparece en diferentes lugares. También fue la Orden la promotora de las obras de la primitiva iglesia gótico-mudéjar sobre la antigua mezquita y de la gran iglesia gótica del siglo XVI en la cumbre del cerro. Las dos subsisten hoy día en una unión consolidada con el paso de los años.

A partir de 1410, tras la toma de Antequera, la ciudad va rompiendo el recinto intramuros y va desarrollando sus arrabales –la Coracha, la calle Ancha, Veracruz– por la ladera norte del cerro, en un flujo que ya sería imparable tras la caída de Granada.

La Edad Moderna se instaura en Estepa en 1559, cuando la ciudad y su territorio –los lugares de su tierra y sus términos, jurisdicciones y vasallos– se venden por parte de la corona a la familia genovesa de los Centurión, a los que más tarde, ya en 1564, se les concede el título de marqueses de Estepa. En esta época renacentista, los estepeños participan de manera destacada en la empresa americana, sobresaliendo la figura de D. Juan Torres de Vera y Aragón, adelantado de la Plata y fundador de la ciudad argentina de Corrientes.

Hasta la extinción de los señoríos, y especialmente durante los siglos XVII y XVIII, la ciudad va conformando su imagen actual. Se sustituyen las antiguas ermitas por nuevas iglesias, primero los conventos –Santa Clara y San Francisco– y la nueva parroquia de San Sebastián, y después, ya en pleno XVIII, las tres iglesias barrocas que constituyen el último y definitorio impulso artístico en su arquitectura y en sus bienes muebles: el Carmen, la Asunción y los Remedios; junto a ellas, la ornamentación interior de todas las demás y la construcción de la torre de la Victoria y del palacio de los marqueses de Cerverales. Durante este periodo, Estepa, como cualquier ciudad mediana del antiguo régimen, desarrolla su vida política y social en torno a los estamentos nobiliario y eclesiástico y especialmente a la original institución de la Vicaría, heredera de los tiempos de la Orden de Santiago y que al desaparecer su referente en San Marcos de León, quedó de hecho bajo la única autoridad de Roma, como una prelacía casi episcopal y una jurisdicción vere nullius que llevó a los vicarios a convertirse de hecho en señores de gran poder político, económico y social. Hasta 1874 no fue suprimida esta institución, incorporándose entonces su territorio al arzobispado de Sevilla.

La historia de Estepa durante el siglo XIX y principios del XX es la historia resumida de toda Andalucía: las desigualdades económicas y sociales heredadas de los siglos anteriores propician un sistema político corrupto –el caciquismo– que alterna con las corrientes nacidas de las revoluciones liberales. A los incipientes movimientos sociales se une en la ciudad de Estepa un fenómeno que si no particular, sí tuvo un gran desarrollo en su entorno: el bandolerismo. A las partidas de época napoleónica como las de Torralvo o los Guerras, suceden otras cuyo signo ya no hay que buscarlo en los componentes políticos sino en la precaria situación económica y social. De entre los numerosos bandoleros que hicieron de Estepa su centro de operaciones, los que más trascendieron al ámbito nacional fueron sucesivamente Juan Caballero, el Vivillo y el Pernales; éste, quizá, el último bandolero al que la literatura de carácter romántico, ya en el siglo XX, ha tratado como tal.

La Estepa actual, con título de ciudad desde 1886 y declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1965, desarrolla su actividad económica –aceite, mantecados– en un entorno urbano privilegiado. La ciudad cubre toda la ladera norte del Cerro de San Cristóbal y sus casas son muestra de los recursos que la tradición ha ido incorporando a su cultura edilicia. El color, la textura, son los de la cal y la piedra caliza, herederos de aquella cantería estepeña que dejó su impronta en gran parte de la Andalucía artística del siglo XVIII.